La violencia es comprendida como cualquier acción en donde por medio de actos deliberados se hace daño físico, mental, material, patrimonial o simbólico a otro sujeto individual o colectivo. Asimismo, pueden ser actos inconscientes pero que se encuentran sumidos en una estructura de poder jerárquica que somete al otro.
En esta medida: “la «violencia» puede abarcar desde las experiencias más íntimas e individuales de la violación sexual (más frecuentemente femenina) hasta los contextos esencialmente públicos y colectivos de la guerra (de mayor compromiso directo masculino). No obstante, su diversidad de formas, contextos y significados, estas violencias comparten un elemento común: la destrucción (de bienes, de cuerpos, de identidades, de relaciones, de procesos sociales), aunque sus efectos corrosivos sean socialmente más reconocibles y reconocidos cuanto más distantes del espacio privado y de las relaciones domésticas. Así, en relación con el género, los imaginarios colectivos tienden a asociar la violencia pública-política con el mundo masculino, mientras que la violencia que involucra a la mujer se restringe al ámbito doméstico o, en contextos extra-domésticos, casi exclusivamente al hostigamiento sexual.” (Segura Escobar & Meertens, 1997, pág. 2)
Por esto mismo, la violencia contra la mujer y de género es entendida a partir de una violencia que se ejerce con un grupo en particular en razón de su género o sexo y que la sitúa en una relación de sometimiento frente a otro grupo. En el caso de la mujer, por las condiciones sociales, económicas y políticas que sitúa a las mujeres en contextos de vulnerabilidad y opresión. Es importante tener en cuenta que además de acciones concretas se puede plantear la violencia contra la mujer como una estructura que hace constante y sistematiza las relaciones de opresión y subordinación frente a los hombres.
En esta medida se comparte una perspectiva de la violencia ampliada, en donde: “no solo se limitaba a la esfera doméstica e intrafamiliar, sino que fue relacionada al racismo institucionalizado y estructural que afectaba a mujeres en el ámbito del trabajo, que las colocaba en los mayores porcentajes del mercado informal y en trabajos menos valorados social y económicamente, como el trabajo doméstico, así como la violencia racial que se manifiesta en la esfera pública (…)” (Curiel, 2013, pág. 215).